sábado, 31 de enero de 2009

Baja por depresión

Hay momentos, no se si os habrá pasado, en que, por alguna razón, nuestra vida pierde todo su interés. Como si no nos importara que siguiera adelante o que no. En estos momentos, hemos perdido nuestro motivo para seguir caminando, y tan solo el tiempo puede volver a darnos un motivo para continuar con nuestra vida. La gente de a pie lo llama depresión.

Una costumbre bastante arraigada en cuanto a depresiones se refiere es esperar: Esperar a que cruce por delante de ti otro motivo, otro algo que te haga recuperar el entusiasmo. Mucha gente se queda recluida en sus pensamientos, aferrado a su depresión, como si quisiera que todo el mundo se enterara de su estado. Y, es en estos casos, cuando tienen lugar las autenticas depresiones, las que tienen un efecto físico sobre la persona que las hace convertirse en enfermedades.
Y, desde luego, este tipo de depresiones son las que duran más tiempo, pues si la vida tiene que entrar hasta nuestra habitación, abriéndose paso a trompicones entre las barreras que le ponemos, lo tiene bastante difícil, para llegar hasta nosotros, y darnos ese motivo que necesitamos.
En caso de depresión, cuando hemos perdido un motivo para vivir, para permitir que los segundos de nuestra vida sigan contando, lo peor que podemos hacer es recluirnos en nosotros mismos, evitando todo contacto con el exterior, y así impidiendo la entrada de ese aliciente, ese motivo. Lo mejor que se puede hacer (hablando siempre desde mi humilde punto de vista, sin querer parecer un enteradillo) es salir a buscar ese algo, en lugar de esperar a que ese algo nos encuentre a nosotros, ya que, lamentablemente, en estos tiempos hay demasiada gente deprimida, y este tipo de motivos para vivir andan algo atareados.
No me extrañaría que empezaran a hacer listas de espera, como en la seguridad social...
Empezarían a aparecer todo tipo de médicos especializados en depresiones, cuando lo único que hay que necesita alguien con depresión es enfrentarse a la vida...

¿Como?
¿Que ya los hay?
Desde luego, la que está liando Zapatero...

No obstante, lo peor que le puede pasar a una persona es perder su meta, su objetivo, pues entonces toda su vida se tambalea, y a veces no es tan sencillo plantarle cara a un mundo que, para ti, ya no tiene nada de valor.

A veces...

Bueno, entrada de medianoche, con las neuronas en estado de vigilia adormecida, y con consecuencias en forma de reflexiones extrañas del subconsciente.
En ocasiones, en momentos como este, la parte racional se va a dormir, cediendo terreno al subconsciente y lo espiritual,y dejando que los pensamientos mas profundos de la mente se escapen, cuando a cualquier otra hora del dia, los mantendrías bien atados.

En fin, que se le va a hacer...

jueves, 22 de enero de 2009

Segundos en minutos

Seguro que más de una vez os habéis quejado de la enorme cantidad de tareas, deberes, recados y demás monstruos que ocupan la mayor parte de nuestra vida. Nos devoran, nos absorben y nos ocupan cada momento de nuestro tiempo, obligándonos a cumplirlos tan solo para que, en cuanto acabemos con estos, surjan otros diferentes, concediéndonos con cuentagotas pequeñas gotas de descanso. Lo que solemos llamar descanso, ocio, o, simplemente, la siesta.


Pero, si hay algo a lo que el ser humano debería temer más que a estar demasiado ocupado es a estar aburrido.

La línea que separa el ocio, la relajación, y el descanso del abismo del aburrimiento es mucho más fina de lo que creemos. El aburrimiento está ahí, esperándonos impaciente, dejando que nuestra mente se vacíe de objetivos y propósitos para adueñarse de ella, en un momento en que hayamos bajado la guardia.

El aburrimiento tiene la capacidad de hacer que los segundos se transformen en minutos, y los minutos en horas. Es increíble, ¿alguien ha oído hablar de la teoría de la relatividad, que dice que si viajarámos durante dos años a la velcidad de la luz, para el resto del mundo habrían pasado cincuenta? pues mas o menos esto es lo mismo, pero al revés. El aburrimiento juega con el tiepo a su antojo, y además, ofusca tu mente; una vez el aburrimiento te ha atrapado, no te suelta.
Puedes hacer lo que quieras; puedes intentar leer, que todo lo que leas te aburrirá; puedes intentar ver la televisión, pero no habrá nada que te guste; puedes optar por quedarte sentado delante del ordenador, moviendo el ratón de un lado de la pantalla a otro, cambiando el fondo de pantalla, o poniéndote a buscar tu nombre en Google, pero nada de lo que hagas conseguirá curarte del aburrimiento.
Intentarás mirar por la ventana, en busca de algún estímulo exterior, pero tu calle estará vacía, te pasearas de puta a punta de tu casa, buscando algo que hacer, pero no encontrarás nada. Esperaras siglos frente al teléfono, esperando a que un amigo te llame para salir, pero nunca llamará.
Entonces, y esto es algo que nunca debes hacer, decidirás tomar una última decisión desesperada: llamarás tú.
Nunca, cuando la bestia negra que es el aburrimiento te haya envuelto en su velo de inactividad, se te ocurra buscar ayuda en nadie, pues, con toda seguridad, ese alguien estará ocupado. Estará haciendo cualquier cosa, incluso algo que había jurado no hacer, todo por el hechizo al que lo tiene ligado tu aburrimiento.
La primera vez puede parecer una casualidad, pero a la décima ya te mosqueas, y es cuando te das cuenta de esto. Es imposible curarte el aburrimiento, y es imposible pedir ayuda para hacerlo.
Curar el aburrimiento. Desde luego, si alguien descubriera la cura contra el aburrimiento, se merecería el Nobel de medicina.

De momento, el único remedio que conozco, y que puedo nombrar sin ser tachado de guarro, es que llegue la hora de cenar.
Bueno, creo que ya van siete, si nadie me ha cortado un dedo de la mano derecha. Después de un tiempo de inactividad (tengo excusa, estaba enfermo) os dejo aquí otra de mis... lo que sean, para que la leáis, miréis lo chulas que quedan las letras blancas con el fondo negro, o simplemente, para rellenar, eso depende de vosotros.

martes, 13 de enero de 2009

Superstición

Bueno, creo que no hay mejor día que hoy para hablar del tema de las supersticiones (¿Que pasa, que no bastaba con las sticiones, que han tenido que hacerlas mas grandes?)

13, martes: ni te cases ni te embarques. Curioso refrán que nos recuerda lo poderosa que puede ser la fe en la vida de las personas.
Si a una persona le han enseñado, desde pequeña, que los días trece, que coincidan con un martes, son días de mala suerte, que al decir que algo malo no te ha pasado, tienes que tocar madera, o que echarse sal por encima del hombro trae suerte (ya ves que marranada), ya puedes intentar convencerla de lo contrario, que por nada de mundo cederá en su opinión.
Las supersticiones nos vienen de lejos. Tal vez su origen esté en las más antiguas creencias paganas, en nuevos rumores creados por las nuevas religiones, o tal vez en algún medieval que se aburría en su casa (también, que edad más aburrida, la edad media), pero, sea como sea, han sobrevivido hasta hoy gracias a que la gente, si vamos por la calle y hay una escalera abierta, evitaremos a toda costa pasar bajo ella, aunque ello implique echar a perder los mocasines nuevos atravesando un charco, o que nos entre un miedo extraño al romper un espejo.
Quieras o no, las supersticiones están ahí, te las han enseñado tus abuelas, o tus madres, o te las ha gritado el vecino del tercero un día que pasaste por delante de su puerta, y la única forma de hacer que sobrevivan es creyéndoselas.
Esto da que pensar sobre el comportamiento de la gente, en cómo el miedo a lo sobrenatural, a la mala suerte, al coco y... yo que se, el partido popular, cobra un protagonismo que aparca otros criterios más del siglo veintiuno, como son la fría lógica, o nuestro cada vez mayor culto al dinero.
Y, aunque tu digas, "no, yo no creo en todo eso, yo soy racional, pienso con lógica" seguro que si paseando por la calle te encuentras una escalera abierta, no pasarás por debajo, "por si acaso", y no dirás " Ay, pues a mi no se me ha roto nunca un brazo" sin estar agarrando disimuladamente la esquina de una mesa, "por si acaso".
El "por si acaso" no cuesta nada, y siempre nos da una seguridad que, de la otra manera, no tendríamos, y viviríamos el resto del día con una pequeña angustia en el cuerpo, como si supiéramos que hemos hecho algo mal.
Así que, si hoy, martes 13, has tenido que pasar por debajo de una escalera, para evitar una camada de gatos negros, se te ha ocurrido hacer cierto comentario sobre una embolia pulmonar, y al llegar a casa has roto un espejo con un paraguas abierto, mejor destapa el salero, y échatelo sobre los hombros, "por si acaso".

Bueno, con este texto llego a la sexta entrada del blog, y aprovecho para retirar lo dicho en la anterior entrada, aquello de " vamos a por el triple", pues para poder cumplirlo, tendría que llegar a las quince entradas, sin que nadie publicara ningún comentario, cosa que veo difícil. Si ya me lo advirtió Antonio "no lances retos tan a la ligera". Mejor me callaré otro que tenía pensado, que ya vale con haber tenido que retirar este.

miércoles, 7 de enero de 2009

Regalar

Ya se que es poco original hablar de regalos en estas fechas, pero no he podido evitarlo; la inspiración (o los efectos de la medicación, como prefiráis) llega cuando quiere, y cuando esto tiene lugar, hay que saber aprovecharlo.
No voy a hablar del hecho de recibir regalos, sino de algo mucho más gratificante, y que hace que las personas veamos como nuestro nivel de humanidad se ve aumentado: regalar.

Regalar es lo más noble que se puede hacer en esta vida: desprendernos de una parte de nosotros (entiéndase por "parte de nosotros" un billete de veinte euros) para hacer feliz a otra persona, sin recibir nada a cambio (entiéndase “nada” por otro regalo de igual valor o superior)
Aunque regalar no solo significa hacer ese inmenso sacrificio de ofrecer un bien a otro a cambio de nada, sino que el acto de regalar está formado por muchos otros factores, a cada cual más insignificante y estúpido que el anterior, pero que conforman pequeñas piezas de la ya mencionada acción del presente.
Entre estos factores, está el desplazarse para adquirir el regalo, con la misma devoción, o incluso superior, a la que empleamos para comprar cosas a nosotros mismos. En este campo hay que hacer cierto hincapié en el hecho de ir a pie a por el regalo. Si vamos en coche, estamos evitando una fase del sacrificio de regalar tan importante como cualquier otra, un sacrificio que hay que llevar a cabo, aunque ello implique desplazarse más de dos kilómetros a pie hasta el centro de la ciudad. Por supuesto, tampoco conseguiremos realizar el acto de regalar en toda su dimensión si lo compramos a distancia, o valiéndonos de otra persona.
Otro elemento fundamental en el regalo reside en la duda, la comparación, y la decisión. Si compráramos lo primero que se nos cruzara por delante, además de revalorizar de manera escandalosa los locales de las entradas de los centros comerciales, o las tiendas de la esquinas de las calles, estaríamos perdiéndonos otra etapa más del proceso del regalo. Debemos vagabundear por distintos lugares, dudar entre diversos productos, desgastar por completo la suela de las zapatillas (es importante que el desgaste sea similar en ambas, para evitar posibles problemas futuros) y valernos de todos nuestros conocimientos sobre el destinatario del presente para elegir el más acorde con su persona.
Aquí debo abrir un pequeño paréntesis para dedicar unas líneas a los regalos interesados. Dichos regalos son aquellos que se hacen no pensando en la persona a quien se le va a regalar, sino pensando en uno mismo. Son objetos de varios usos, tales como libros, o juegos de ordenador, que regalamos con la intención oculta de que, una vez el destinatario haya acabado con ellos, el objeto llegue a nuestras manos, creando así la trampa de regalarse algo a uno mismo a través de otra persona.
Una vez elegido el regalo, en función de los gustos de la persona a quien va destinado, y de los nuestros propios, tenemos por delante el último nivel del proceso del regalo: envolverlo. Y, por supuesto, no sería un regalo, si para envolverlo no hemos tenido que pasar antes un mínimo de diez minutos para empapelarlo con nuestras propias manos, tras varios metros de papel desperdiciado en intentos anteriores, o un equivalente de un cuarto de hora por regalo en la cola del mostrador del hipermercado donde envuelven los regalos.

Y, por supuesto, la cúspide del proceso de regalar; ningún regalo sería un regalo sin la sonrisa falsa, y la manifestación, pobremente disimulada, de incomodidad interior de tu suegra al desenvolver un frasco de colonia barata, que tiene asignada la papelera o, en su defecto, el botiquín, desde unos segundos antes de ser desenvuelta, o la mirada de extrañeza de tu cuñada al recibir tu nueva maquinilla de afeitar, la cual ya sabes que acabará en el cajón de tu cuarto de baño, con la tarjeta de "para María, con mucho cariño" todavía colgando de la caja.

Sin embargo, los mejores regalos que puede recibir un Blogger (o como se llamen esos tíos que hacen blogs) son los comentarios


¿Cinco? Uau, ya van cinco entradas. Ya he sobrepasado el umbral psicológico en el que el número de entradas duplica al de comentarios. Venga, a ver si puedo conseguir el triple.

sábado, 3 de enero de 2009

Año nuevo, vida nueva

Existe la costumbre (Aunque más que una costumbre, diría que es un tópico, porque a mí todavía no me ha pasado) de emprender nuevos proyectos con el año nuevo, del tipo de apuntarse al gimnasio, aprender inglés, conseguir que no se te muera el canario a los dos meses, y todo un sinfín de posibilidades. Sin embargo, todas estas propuestas ni se nos pasan por la cabeza en cualquier otro momento del año.

Al parecer, empezar un nuevo año es como reiniciar tu vida; intentas corregir todo aquello que has hecho mal el año anterior, y compensar las cadencias que hayas podido tener. ¿Por que? desde el punto de vista estrictamente astronómico, es un día cualquiera. Empieza una nueva vuelta al sol, ¿Seguro? también empezaría una nueva vuelta al sol el 20 de abril, si acabara también ese mismo día; un círculo es la manifestación del infinito, no tiene principio ni fin, pero a la vez, tiene una infinidad de ellos.
Pero, por algún motivo que no alcanzo a comprender, el 31 de diciembre, la gente se atraganta con una docena de uvas, se viste con ropa interior de color rojo, come lentejas, o lo celebra de acuerdo con su país y su cultura; pero, una cosa que hacemos en todos los lugares del mundo es arrancar el calendario de la pared, y dárselo al niño para que lo use para pintar, y colgar en su lugar uno nuevo, dejando que el espíritu del año nuevo nos inunde al descubrir la primera página, y mirar, como si se tratara de un hijo al que se contempla con orgullo, el número 1; el primer día del año, al frente de todos los demás. A pesar de que nada diferencia físicamente ese mismo momento con una hora atrás.
El año nuevo es una actitud. (Vaya, esto me suena) la medida del tiempo es una actitud, pero, sin embargo, es una cadena que el hombre se ha forjado a sí mismo, para atarse al tiempo, al mundo y a la sociedad.


Esto no se puede quedar así; Tengo que escribir mas sobre esto… pero no hoy, pues si no me alejaría demasiado del tema…
Para despedir esta cuarta entrada del blog, una pregunta a la pared: ¿que se celebra con las campanadas, la llegada de un nuevo año, o el fin de otro pequeño ciclo de nuestra vida? Me diréis: ambas cosas, por supuesto, pero yo os digo, ¿Cual se celebra con más intensidad, o de cual se acuerda más toda esa multitud que da un salto al nuevo año?