
Pero, por algún motivo que no alcanzo a comprender, el 31 de diciembre, la gente se atraganta con una docena de uvas, se viste con ropa interior de color rojo, come lentejas, o lo celebra de acuerdo con su país y su cultura; pero, una cosa que hacemos en todos los lugares del mundo es arrancar el calendario de la pared, y dárselo al niño para que lo use para pintar, y colgar en su lugar uno nuevo, dejando que el espíritu del año nuevo nos inunde al descubrir la primera página, y mirar, como si se tratara de un hijo al que se contempla con orgullo, el número 1; el primer día del año, al frente de todos los demás. A pesar de que nada diferencia físicamente ese mismo momento con una hora atrás.
El año nuevo es una actitud. (Vaya, esto me suena) la medida del tiempo es una actitud, pero, sin embargo, es una cadena que el hombre se ha forjado a sí mismo, para atarse al tiempo, al mundo y a la sociedad.
Esto no se puede quedar así; Tengo que escribir mas sobre esto… pero no hoy, pues si no me alejaría demasiado del tema…
Para despedir esta cuarta entrada del blog, una pregunta a la pared: ¿que se celebra con las campanadas, la llegada de un nuevo año, o el fin de otro pequeño ciclo de nuestra vida? Me diréis: ambas cosas, por supuesto, pero yo os digo, ¿Cual se celebra con más intensidad, o de cual se acuerda más toda esa multitud que da un salto al nuevo año?
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